jueves, 29 de marzo de 2012

CAPITULO 6

Minutos después de escuchar el disparo, Carlos y María bajaron a buscarme al sótano. Allí me encontraron, entre los papeles arrancados de la vieja libreta en la que escribo, medio llorando y realmente abatida por los recuerdos.

Sin mediar palabra, se sentaron en el suelo junto a mí, cabizbajos y con los ojos llorosos. Hubiéramos sido los actores perfectos para una película dramática pero no era para menos, el mundo se estaba derrumbando y, probablemente nosotros éramos tres de los escasos espectadores que quedaban para ver el fin del mundo.

Para colmo, nuestros escasos vínculos con la realidad anterior se estaban esfumando. En mi caso Pablo y, en el de estos dos niños, su pequeño hermano Manu y el conductor que ni siquiera había conseguido abandonar el coche.

Después de un tiempo callados, con la mirada perdida en el infinito, fue Carlos el que decidió romper el silencio:

- Muchas gracias por la ayuda – me dijo, sacándome de mi trance – Durante nuestro viaje, nos hemos topado con varios supervivientes pero nadie se había dignado a abrirnos la puerta.

- No hay de qué – contesté apática, sin sentimiento y mirando fijamente a la pared de enfrente– Estoy aquí sola desde hace días. Necesitaba ver a alguien que no fuese yo si no quería volverme loca.

- Bueno, ya nos tienes aquí – dijo Carlos sonriendo antes de ponerse a toser sin parar. María se sobresaltó. Se había quedado medio dormida en los brazos de su hermano.

- Agua, dame agua, por favor. Está enfermo. - gritó María.

Yo me levanté a por la botella de agua y se la di a María. Ella dio de beber a su hermano y, por un momento, se le pasó el ataque de tos. Después se quedó dormido encima del colchón que había en el sótano.

- Quizá deberíamos dejarle aquí sólo un rato para que duerma – dije yo, temiendo que se pudiera convertir en una de esas criaturas y deseando estar lo más lejos posible de aquel cuarto.

- Tranquila – me dijo María – Nada le ha mordido. Está enfermo. Es un constipado que ha cogido hace un par de días. Tiene fiebre pero sin medicamentos... Lo está pasando mal. Mi otro hermano estaba peor, ambos cayeron al río. ¿Tienes algo para darle?

- Vamos para arriba – la dije – Quizá encuentre algo, en esta casa éramos muy previsores. También necesitará calor, descanso y algo de comida. De esto último no hay mucho pero compartiré algo de lo que tengo con vosotros. Acompáñame, necesita dormir.

Salí de la habitación del sótano, María iba detrás de mí. La puerta principal estaba cerrada pero, en aquel silencio sepulcral únicamente roto por nuestros pasos y nuestras respiraciones, todavía podía oír a los zombies que gritaban ansiosos y golpeaban como histéricos la puerta del garaje. Personalmente, empezaba a temer que la puerta cediera y entrasen en casa todos esos seres, pillándonos de imprevisto.

En la habitación principal, guardaba las mantas y los medicamentos en uno de los armarios.

Maldita sea. Ese jodido armario tenía que estar repletos de trajes, zapatos, americanas y abrigos para ir al trabajo y salir a cenar con Abel; no lleno de mantas y utensilios prácticos para sobrevivir a un Amanecer Zombie. Abel había preparado magníficamente la casa pero él no pudo estar en ella más que un par de días. Él sabía lo que iba a suceder y nos salvó la vida, a mí y a Pablo... No es justo que él tuviera que irse.

<<Es mi deber. Él cuidará de ti>> Fueron sus últimas palabras antes de irse. No admitió respuesta en contrario.

Mientras yo revisaba el armario, María consideró que sería un buen momento para mirar por la ventana cómo estaban las cosas ahí fuera.

- Hay seis zombies en la puerta. Tenemos que hacer algo con ellos si queremos salir de aquí. ¿Tienes armas?.

- Un par de ellas pero después de mi aventura en la calle me temo que una está en las últimas. No deben quedar más de cuatro balas. ¿Vosotros tenéis?

- Algo nos queda pero tenemos que hacer recuento. Llegar hasta aquí nos ha costado demasiado tiempo y demasiadas municiones.

- ¿Cómo están las cosas ahí fuera? - pregunté a pesar de que me daba miedo conocer la respuesta - ¿El río?

- Ahí fuera ya no hay nada. El mundo ha cambiado y ha sido invadido por esas criaturas. Éramos seis cuando empezamos el viaje y mira ahora. Rosa, mi tío Pedro y Javier, el conductor, muertos, Carlos enfermo y Manu....

- ¿Javier? ¿El conductor? Pensé que era tu padre

- ¿Mi padre? No tengo noticias de él desde el siete de mayo.

- ¿Ese no es el día en que.... ?

- ¿Se levantó el primero? Sí, fue aquel día. Imagino que fue uno de los primeros en convertirse o que fue uno de los primeros en esconderse. Pero ya no tengo esperanzas, ¿sabes? Prefiero pensar que murió plácidamente y que ahora no está paseando por ahí como una de esas criaturas.

- Lo siento, pequeña - dije yo

- No tienes la culpa de nada. Quiero recordar a mi padre tal y cómo fue, con su eterna sonrisa, con su barriga, su incipiente calvicie y sus ojos marrones. No quiero pensar en la posibilidad de que se haya convertido en uno de ellos. Que haya perdido su tez morena y se haya convertido en un ser pálido y amarillento, que sus ojos marrones y almendrados hayan perdido su color para adquirir ese tono rojo, consecuencia de la sangre y que todas sus venas ahora sean visibles por todo su cuerpo.

- Sé a lo que te refieres...

- ¿Y sabes? A pesar de que físicamente no sea mi padre, lo que más me aterra es que haya perdido su humanidad y se mueva por instinto, siempre voraz, siempre con hambre y que un día se cruce conmigo, no me reconozca y me ataque. Por eso no quiero saber que ha sido de él.

- He tenido tantas veces pesadillas con eso – dije yo – Con Pablo...

- ¿Pablo? Después de sacar a mi hermano, lo sacamos a él de la casa... Imagino que no has tenido fuerza.

- Suficiente fuerza tuve el día que tuve que disparar a su cabeza.

- Todos hemos pasado por muchas cosas durante este tiempo – me sonrío por primera vez desde que nos habíamos conocido - Por cierto, el río está impracticable. Hay muchos seres allí, vas con la lancha y salen del agua e intentan llevarte al fondo con ellos. Además, este río no es muy profundo. Así perdimos a mi tía Rosa.

- ¿Impracticable? - Contesté perpleja. Mi mierda de plan ya no tenía ningún sentido. Teníamos que buscar otra solución alternativa.

- ¿Cómo te llamas? No te preguntamos.

- Soy Eva. Tú María, ¿verdad? Y tu hermano, ¿Carlos?

- Sí. Tienes buena memoria.

- Claro, si somos cuatro gatos vivos en el apocalipsis, como para encima olvidarse

Las dos nos echamos a reír. Por un momento, nos olvidamos de todo lo que pasaba ahí fuera y nos imaginamos que éramos dos chicas que acababan de conocerse mientras se libraban de dos pesados en una discoteca...

Di a María una de las mantas que guardaba en el armario. No las había necesitado, la verdad, era verano, estábamos en mayo cuando empezó todo y ahora, un mes y medio después, hacía mucho calor. Sin embargo, era mejor que Carlos sudase el constipado de alguna manera.

Me dirigí a la cómoda y abrí el primer cajón donde guardaba los medicamentos menos habituales. Allí encontré unos sobres que Abel solía tomar cuando estaba resfriado. Eran unos sobres fuertes que le recetó el doctor del cuartel. Después de asegurarme que no habían caducado se los di a María para dárselos a Carlos. Allí estaba esperándome María para bajar al sótano otra vez.

Pero yo estaba quieta, mirando fijamente al cajón. Allí, junto a los medicamentos había un pequeño paquete envuelto en papel de regalo. En el paquete había una nota, escrita con la letra de Pablo. <<Para ti, Eva>>decía.

Lo cogí, lo guardé en el bolsillo y junto con María bajé al sótano donde estaba Carlos.

lunes, 17 de mayo de 2010

CAPITULO 5

Hay algo que no he contado de nuestra pequeña aventura, más bien nuestra tragedia. Algo que se puede considerar la razón por la que yo estoy aquí escribiendo en lugar de que estar en la planta de arriba con ellos. Les debo dejar intimidad. Están despidiéndose de uno de ellos, no creo que le quede mucho tiempo. Yo he bajado aquí, al sótano a mi colchón al de Pablo. Esta vez no he cerrado la puerta. Quiero estar alerta de todo lo que pase ahí arriba por si tengo que actuar pero no quiero ver nada que no deba ver.

Bien, hace un par de horas, cuando ocurrió todo, entré y cerré la puerta principal. Carlos y yo estábamos tan pendientes de cerrar la puerta del jardín para que no entrasen esos seres que no nos dimos cuenta de que uno de ellos ya se había colado en el jardín de mi casa. De repente, un grito me heló la sangre. Giré sobre mis talones y allí estaba el chico pequeño gritando, tirado en el suelo y forcejeando con un zombie que estaba sobre él. El zombie era otro niño, más o menos de la misma edad que el pequeño al que atacaba. Aún llevaba puesto su pijama de Spiderman cubierto de sangre reseca mientras lanzaba feroces mordiscos sobre el hermano de Carlos.

La chica – que después me enteré de que se llamaba María- disparó a la cabeza del pequeño zombie. Sin embargo, ya era demasiado tarde para su hermano. El zombie le había mordido en la mano y, por lo que todos habíamos vivido, un pequeño arañazo bastaba para convertirse en uno de ellos. Depende del tamaño de la herida para que se sucumba antes o después a la infección pero quién entre en contacto directo con un infectado, más tarde o más temprano está condenado.

Allí estaba el hermano de María, tirado en el suelo, sangrando y sujetándose la mano herida con su mano sana. Carlos corrió hacia él para abrazarle y María estaba arrodillada en el suelo, llorando y maldiciendo, sujetando su pistola con fuerza. Mientras yo estaba allí, contemplando la escena, sin saber muy bien que es lo que debía hacer. Bueno sí que lo sabía pero tenía miedo de hacerlo.

Apunté con mi arma a la cabeza del niño, dispuesta a disparar inmediatamente:

    • Manu, Manu. No te preocupes que todo irá bien, pequeño – susurraba Carlos a su hermano a la vez que lloraba y le acariciaba el pelo - ¿Qué es lo que haces? - dijo dirigiéndose a mí, que me vio empuñando mi arma.

    • Estoy haciendo lo que hay que hacer. Sabes lo que va a pasar, es cuestión de tiempo – repuse algo incómoda.

    • Tú no vas a hacer nada – dijo Carlos al borde del llanto– Yo lo haré. Mis hermanos han sido mi responsabilidad desde que empezó todo esto y yo debo acabar con su sufrimiento.

    • Hazlo lo antes posible. No quiero tener problemas aquí dentro.

    • Por dios, es mi hermano. No seas tan insensible.

    • Ese ya no es tu hermano. Él ya es uno de ellos. Lo sabes y cuanto antes lo admitas va a ser mejor para los que seguimos vivos aquí dentro.

    • Lo haré cuando llegue el momento.

    • Basta ya- gritó María – Manu se está muriendo y, en lugar de despedirte de él estás discutiendo con esta mujer. Por favor – dijo dirigiéndose a mí- Mis hermanos y yo te agradecemos mucho que nos hayas abierto las puertas de tu casa y nos hayas librado de ésta pero necesitamos que nos dejes solos con mi hermano. Yo misma lo mataré pero déjame que me despida.

    • De acuerdo. - dije yo al tiempo que bajaba mi arma. - Volveré en un rato. Estaré en el sótano por si me necesitáis.

No pude aguantarlo más. Tuve que darme la vuelta y dejar que se despidieran de su hermano. Yo no era de su familia, simplemente era una desconocida que les había ayudado y no tenía derecho a entrometerme. Además, lo que estaba pasando ahí me recordaba demasiado a lo que sucedió con Pablo pero yo no pude despedirme más que a través de una puerta. Empecé a notar que las lágrimas empañaban mis ojos y vine aquí. Me tumbé y después de llorar, empecé a escribir otra vez. Recordé aquel día en el que él se despidió de mí mientras yo lloraba desesperada al otro lado de la puerta. Necesitaba salir de allí y besarle, abrazarle pero él me lo impedía con las palabras que me susurraba apoyado contra la puerta metálica del sótano:

<<Te quiero, pequeña. Siempre te querré>> , me susurraba cada vez que me escuchaba llorar.

<<Sé fuerte, princesa, no salgas. No quiero hacerte daño >> decía respondiéndome cada vez que yo le decía que quería salir del cuarto.

<<No. No puedes morir. Vas a ser fuerte, mi vida>> me decía firmemente cuando le decía que quería irme con él.

<<Haz lo que tengas que hacer, para eso te he dejado mi arma. Sino, no hubiera podido despedirme>> Lloraba cuando yo le decía que nunca sería capaz de acabar con su vida

<<Nunca te olvides de mí. Yo siempre te llevaré conmigo>> Fuero las últimas palabras que me dijo, después silencio.

<<Jamás te olvidaré, Pablo>> Fue mi respuesta.

A continuación, me dirigí a esa pequeña habitación, cerré la puerta y me senté en el colchón. Unas minutos más tarde empezaron los golpes y las patadas que Pablo propinaba a mi puerta. Me acurruqué y siete días después empecé a escribir este diario. Le echaba de menos y necesitaba colmar ese vacío que sentía de alguna manera. Por eso, empecé a contar mi historia, para que mi corazón y mi mente se tranquilice y para que Pablo no sea sólo uno de mis recuerdos y todo el mundo sepa lo que hizo por mí.

Ensimismada en mis pensamientos como yo estaba, casi no pude percibir el disparo. Todo había acabado para aquel pequeño y empezaba un nuevo camino para los tres, ya que hicieran lo que hiciesen, me uniría a ellos.


jueves, 13 de mayo de 2010

CAPITULO 4

Aún estoy nerviosa. Acaba de pasar algo muy fuerte a la puerta de mi casa. Parece que no estoy sola, bueno, no parece, ya es un hecho. Aún queda alguien vivo fuera de estas cuatro paredes que no sea yo y los tres jóvenes que acabo de meter dentro de mi casa. Quizá haya sido demasiado arriesgado salir pero tenía que hacerlo. Por un momento, hace ya varias horas me he permitido el lujo de dejar de pensar en Pablo y pensar en mí misma. Pablo ya no está físicamente junto a mí y yo tengo que sobrevivir a este castigo. No sé si puedo hacerlo sola y prefiero no comprobarlo, así que mejor si tengo a alguien conmigo.

Esta mañana estaba escribiendo mi historia tranquilamente, recordando a Pablo, a Abel y cómo era todo antes de que nuestras vidas cambiasen para siempre. Serían aproximadamente las diez de la mañana cuando un fuerte ruido me ha sobresaltado. Provenía del exterior, no de dentro de casa. Para ver que estaba ocurriendo, subí rápidamente las escaleras, entré en la habitación principal y me asomé a la ventana para ver que era ese ruido. Hacía días que no revisaba el exterior de la casa. Tenía miedo de saber que me esperaba pero escuchar un sonido distinto a los gritos sordos que emitían esas criaturas, me hizo reaccionar. Entonces lo vi.

Un coche, a gran velocidad, se acercaba peligrosamente por la carretera que desemboca en mi calle. Me alegré mucho en ese momento. Alguien más que yo estaba vivo y estaba sano. Más que nada porque estaba conduciendo un coche a la vez que, a su derecha, alguien disparaba su arma hacia los zombies. Afortunadamente, no había demasiados. La zona en la que me encuentro era una urbanización en construcción, apenas había chalets habitados cuando llegamos aquí, así que los zombies que rondan por la zona deben llevar caminando cerca durante días.
Por lo que he observado durante estos meses, su comportamiento es errático. Los zombies se mueven sin ningún destino concreto en busca de una posible presa. Cuando la notan, la huelen o simplemente intuyen su presencia, van tras ella hasta que consiguen atraparla o hasta que se fijen otro objetivo. Así funciona. En este caso, los zombies que había por la zona se aproximaron en cuanto oyeron un ruido y notaron a esos humanos que ahora estaban a unos cincuenta metros de mi ventana.

Gracias a los prismáticos y a la posición de la habitación en la que me encontraba, puede observar toda la escena. Estaba en la habitación principal en la planta superior de la casa. Desde allí, hay unas vistas bastante amplias. Puedo tener vigilada toda la parte delantera de la casa y la calle principal. Por eso subí allí directamente cuando oí aquel ruido.
El coche, un Range Rover Vogue, de color negro, se aproximaba a una curva a toda velocidad. En el asiento del conductor, un hombre de unos cincuenta años y a su derecha, en el asiento del copiloto, una joven de no más de dieciocho años, que fácilmente podría tratarse de su hija, disparaba su arma sin ton ni son. No acertaba a demasiados blancos ya que, tanto ella como los zombies se encontraban en movimiento pero se veía que no era la primera vez que disparaba. La chica sabía lo que hacía.

De pronto, antes de girar, el hombre perdió el control del vehículo y se ha chocó contra un árbol enorme que servía de decoración a la urbanización. De la nada, apareció un zombie. Un hombre trajeado, con corbata incluida que apareció detrás de un seto y que dio un susto de muerte al conductor. No parecía un zombie si no fuera por la enorme mancha de sangre que tenía en su espalda., fruto de un enorme mordisco que había destrozado su bonito traje.
Tras el susto, el conductor no controló bien el volante y terminó empotrando el coche contra ese árbol. Afortunadamente, el árbol estaba antes de dar la curva y el coche era muy duro por lo que los ocupantes no sufrieron muchos daños. El impacto lanzó el zombie contra el árbol y lo seccionó a la mitad, dejando a la vista parte de la espina dorsal y los intestinos que colgaban en el mismo lugar donde antes empezaban sus piernas. La verdad es que no era una visión demasiado agradable pero el cabrón seguía vivo, gritando y agitando lo que le quedaba de cuerpo encima del capó del coche.

Después de ver que los ocupantes del vehículo estaban bien, reaccioné. Bajé las escaleras de dos en dos, cogí mi arma y abrí la puerta principal. La que daba al jardín. Un hedor a podrido, a basura y a descomposición me golpeó en la cara. Llevaba días sin salir de casa y sin abrir las ventanas. El olor casi me hizo vomitar pero me repuse rápidamente y llegué a la puerta del garaje que abrí desde dentro sin dificultad. Toda ella estaba cubierta con ladrillos, excepto la pequeña puerta que permitía la entrada de los peatones, que estaba bien cerrada.
Salí de la casa empuñando mi Glock y con mi palo de golf colgado a la espalda por si tenía que soportar un ataque cuerpo a cuerpo. Disparé a un zombie que se aproximaba por mi derecha. Perfecto. Di en el blanco, el zombie se agitó violentamente antes de caer muerto en el suelo.
Dentro del coche que estaba a unos diez metros de la puerta, la chica seguía disparando su pistola. Había abatido al menos a ocho zombies que yacían a los pies del coche pero las balas terminarían agotándose.
Sin darme cuenta, un zombie me cogió por el tobillo y se acercó para morderme. Por suerte, no lo consiguió. Era una anciano que se arrastraba sobre su torso; en otro caso estaría ya infectada. Le pegué un tiro en la cabeza y seguí corriendo hacia el coche. Esta vez con más cuidado, vigilando todos los frentes. Cuando estaba cerca del coche, disparé al zombie que había quedado atrapado entre el árbol y el coche. Acerté por poco porque debido a los nervios me temblaba el pulso.
La chica, que no había dejado de disparar se percató de mi presencia:

- Ayúdame – me gritó desde dentro del coche - Se ha atascado la puerta

- Sal por la ventana, yo te cubro – la grité no muy lejos del coche- Corre hacia la puerta de mi casa.

La joven salió por la ventana del coche. Estaba algo aturdida y casi cae al suelo, tropezando entre los zombies muertos pero consiguió mantenerse en pie. En lugar de correr en dirección a casa, se detuvo para abrir la puerta trasera del coche. Yo seguía disparando a los zombies. Cuando estaban demasiado lejos, disparaba a sus rodillas para que tuviesen más dificultad al caminar, como me enseñó Abel y siempre me recordaba Pablo.

- Ya no hay nada que hacer niña. El hombre está muerto. Ven aquí – La grité, deseando volver a la seguridad de mi hogar. Mientras tanto, un zombie devoraba el cuerpo del conductor que se había desmayado como consecuencia del golpe. - ¿Qué haces? Joder. ¡¡¡¡Ven de una puta vez!!!! - Grité por segunda vez mientras disparé a un zombie que estaba cerca de mi posición. Había acabado con varios zombies pero otros nueve se aproximaban como consecuencia del alboroto.
- No puedo. Tengo que ayudar a mis hermanos. No me dejes sola, por favor – Imploró con lágrimas en los ojos – La puerta no se abre y sola no puedo abrir.
- Venga, yo me encargo. Tú vigila que no se acerquen– Golpeé la ventana trasera mientras la chica disparaba. La ventana no se rompió- Mierda. Debe ser blindada. ¡Qué salgan por tu ventana! Pero que se den prisa, !demonios! Tú sigue vigilando y cuando salga el primero, id corriendo hacia aquella puerta. Está abierta. Quedaos dentro. Luego iré yo con tu otro hermano.

En el asiento del copiloto, apareció un niño pequeño, de unos trece años. Pálido como un muerto y muy ojeroso que tuve que ayudar a salir. No me fiaba demasiado. Parecía que se estaba convirtiendo en uno de ellos, o algo peor pero salió del coche. Él y la chica salieron corriendo hacia mi casa; él apoyándose en su hermana.
Detrás de él, otro chico de unos veinticinco años y con mala cara se asomó entre los dos asientos. Disparó al conductor que se acababa de convertir en un monstruo.
- Venga Carlos, date prisa – gritó la chica desde la puerta a la vez que disparaba a los zombies que se aproximaban al coche.
- Venga Carlos, que tenemos prisa – dije yo al joven que ya empezaba a salir del coche.
- Deja que coja una cosa – dijo mientras sacaba un aparato metálico de la guantera. Después me lanzó una bolsa de tela. Parecía que contenía armas.
- Date garbo que los tenemos encima. Saqué mi palo de golf para colgarme la mochila y aproveché para golpear con todas mis fuerzas a un zombie que se había acercado demasiado – ¡¡Sal ya!! - Grité mientras el chico que se hacía llamar Carlos saltó del coche.
- Venga, vamos. - me dijo – Corre.

Los dos entramos corriendo en la casa. Carlos entró por delante de mí y yo cerré la puerta justo a tiempo. Un zombie se dio de bruces contra ella a la vez que yo la atrancaba por dentro. Debió enfadarle mucho no poder entrar porque empezó a golpear la puerta y varias horas después aún sigue haciéndolo, al igual que los otros tres que se han unido. Supongo que ya no estamos tan seguros. Ahora saben que estamos aquí pero se nos ocurrirá algo para salir de ésta.

martes, 30 de marzo de 2010

CAPITULO 3

Aquí sigo en la casa, esperando a que pase algo, esperando a que se produzca alguna señal que me haga seguir. Tengo más provisiones de las que yo pensaba y no podré cargar con todas así que.. ¿para qué voy a salir fuera de momento? Puedo aprovechar un poco más aquí. Incluso puede que disfrute de un nuevo amanecer; cosa que dudo mucho que suceda estando ahí fuera.
Anoche me quedé dormida entre sollozos pensando en cómo había llegado hasta aquí y en como se habían desarrollado los acontecimientos desde entonces. Precisamente por eso, hoy estoy triste, pesimista, cansada, desganada y agotada.

Quizá, contando mi historia desde el principio, remontándome unos años atrás, me serene. Dicen que hablar es un buen remedio para desahogarse pero yo estoy sola así que me limitaré a escribirlo por si algún día hay alguien que no sea yo, lo lee.
Para entender mi historia, tengo que remontarme a tres años atrás, cuando conocí a Pablo. Justamente, el mismo día en el que me mudaba a esta ciudad para vivir con Abel.

[justify]Había tardado un año más de lo previsto en sacarme la carrera de Derecho. No sabía que hacer, si estudiar otra carrera o trabajar. Lo estaba decidiendo hasta que la solución llegó de Abel en forma de oposiciones. Nunca había barajado esa posibilidad pero en vistas de la importante crisis económica que se avecinaba y que él también se estaba sacando su propia plaza en la Administración, me animé a opositar.
Escogí una opción algo difícil pero me gustaba. Así que me preparé las oposiciones a Inspector de Trabajo y de la Seguridad Social. Tardé “tan sólo” cuatro años en sacarlas pero ahí estaba, sentada en un banco de la estación de trenes de mi nueva ciudad , tan solo a unos pocos días de cumplir veintiocho años y con una plaza de funcionaria a mis espaldas. Suena bien, ¿verdad?

Todo era perfecto. Había sacado mi plaza en la misma ciudad en la que Abel llevaba trabajando desde hacía ya tiempo así que, después de cinco años de relación, en su mayoría a distancia, por fin estaríamos juntos, en la misma casa.


Abel y yo nos habíamos conocido estudiando Derecho en nuestra ciudad natal pero no empezamos a salir hasta el último año de carrera después de varios años siendo amigos. Él iba un par de cursos por delante de mí pero nos hicimos amigos en una de las fiestas de la facultad.
Para Abel todo había sido más fácil debido a su ambición, a su carácter constante y a su determinación. Terminó la carrera, se preparó unas oposiciones para el cuerpo jurídico militar e ingresó en el ejército, como su padre. Cuando yo fui a vivir con él, ya ocupaba un importante puesto en la jurisdicción castrense; gracias a su inteligencia y, claro está a los contactos que tenía por ser hijo de quien era.

Después de tanto tiempo, me pregunto que es lo que hacía yo con él, con lo alocada, distraída y despistada que soy y lo que previsor, serio y meticuloso que él era. A mí me gustaba (y puede que aún me guste) ser un espíritu libre, viajar y vivir una aventura al año y mejor si eran dos. Sin embargo, él era tan.... monótono, conservador en ocasiones y tan poco espontáneo que no me extraña que cuando me mudé a su casa no congeniáramos. Quizá había sido la distancia lo que nos había permitido continuar tanto tiempo juntos pero lo cierto es que cuando dimos el paso de irnos a vivir juntos, me di cuenta de todas esas cosas.

A Abel le gustaba planear las cosas, demasiado para mi gusto. Yo prefería (y prefiero) vivir el día a día así que cuando Abel empezó a hablarme de sus planes de futuro, de nuestra casa en el campo, de nuestra boda, de los dos hijos que tendríamos y de lo felices que seríamos con nuestra casa en la costa, yo empecé a agobiarme y, sin poder evitarlo, terminé en los brazos de otro.
La realidad es que Abel y yo éramos una pareja típica de esas que prefieren ignorar las cosas en lugar de hablar sobre ellas. Así éramos más felices. Él lo era pero yo no. Él me quería y yo, me dejaba querer. Al principio no era consciente de todo esto pero entonces llegó el día en el que conocí a Pablo. Poco tiempo después, yo estaba irremediablemente enamorada de él.


Allí estaba yo, como decía, sentada la estación de tren de mi nueva ciudad esperando a que Abel viniera a recogerme; a mí y a mis tres maletas. Hacía una hora que el tren había llegado a la estación, no dejaba de llamar a Abel a su móvil pero siempre me saltaba el contestador.
Enfadada y con cara de pocos amigos, me levanté de aquel banco y empujé el carro con las maletas en dirección a la cafetería. Primero comería algo y después cogería un taxi hasta la casa de Abel aunque me daba igual esperarle allí que en la estación porque no tenía las llaves y, tarde o temprano se acordaría de mí.
Mientras me dirigía a la cafetería un joven pasó a mi lado corriendo, probablemente su tren era el próximo en salir y ni se dio cuenta pero yo sí. Sin querer, aquel chico había tirado mis maletas al suelo, con tan mala suerte de que una de ellas, la más vergonzosa de todas se abrió y toda mi ropa estaba tirada por el suelo. Camisetas, ropa interior, mi ridículo pijama de payasos y demás cosas “de andar por casa” estaba a la vista de todos los viajeros curiosos que pasaban por allí.

Coloqué las otras dos maletas como buenamente puede y me dispuse a recoger mis enseres. Nadie se acercó a ayudarme, todos pasaban y me miraban divertidos pero nadie se dignó a echarme una mano, excepto él. Un joven con botas negras y un pantalón marrón oscuro se acercó y me habló:

- Bonito sujetador – Me dijo el joven con una sonrisa a la que no pude responder porque estaba demasiado cortada para mirarle. Tiré del sujetador y se lo arranqué de las manos- ¿Y qué me dices de esto? - Se rió sosteniendo mi pijama de payasos entre sus manos.
- Muchas gracias por recogerlo – le contesté enfadada, esta vez mirándole a la cara y cogiendo el pijama- Pero si te vas a reír de toda mi ropa, no te molestes en ayudarme.
- Venga, anda, no te enfades. Te ayudaré sin reírme. Bueno, excepto de estos calcetines de Hello Kitty. No te enfades pero ya tienes una edad para estas cosas – me dijo el burlón.
- Ya ves. Fue un regalo. Además, ¿cuántos años crees que tengo? - dije haciéndome la ofendida.
- Pues veinte recién cumplidos. No puedes tener muchos más. Yo tengo 28 y eres más joven. Creo que esto ya está. Intentaré cerrarla – dijo aquel joven guardando la última camiseta en mi maleta. Esta vez si que me le miré. Un joven alto, con el pelo negro, rapado y con traje de guarda de seguridad estaba intentando cerrar mi maleta.
Tía, no puedo cerrarla. El cierre está roto o eso parece. ¿Tardarán mucho en venir a recogerte?
- ¡Qué asco! Empiezo bien en esta ciudad. No sé cuándo van a venir a por mí. No sé si se habrán olvidado– contesté yo, algo cabreada.
- No te preocupes, mujer. Que todo tiene solución – dijo aquel chico tan amable, luciendo una perfecta dentadura y unos inocentes ojos color azabache – Yo te ayudaré. Soy Pablo.
- Encantada Pablo. Yo soy Eva – dije, sonriendo finalmente – Y cumplo veintiocho años la semana que viene.
- Perfecto, entonces tendremos que celebrarlo. - me dijo guiñando un ojo
- Espera un momento, no te vayas. Me están llamando al móvil.¿Si? ¿Quién es? - Me alejé un poco para conversar con Abel. Era él, contándome no sé qué historias sobre el trabajo. No podría venir a recogerme pero que cogiera un taxi hasta allí, había dejado indicaciones al portero de su edificio para que me abriera cuando llegara. Él hasta la noche no llegaría. Enfadada con él, colgué. - Disculpa, era mi novio, que no puede venir a recogerme. Iré a coger un taxi aunque no se cómo con esta maldita maleta – hablaba más para mí que para él. Entonces Pablo dijo algo que me sorprendió.
- Ya sé lo que haremos. Como puedes ver por mi indumentaria, soy guarda de seguridad aquí pero acabo de terminar mi turno hace un momento. Te acompaño a la cafetería, iré a ponerme algo más decente, nos tomamos un café, te tranquilizas un poco y después ya vemos como puedes meter esa maleta en el taxi, ¿de acuerdo?
- Bueno, te debo por lo menos un café. Eres la única persona amable en este lugar

Pablo me acompañó a la cafetería. Mientras yo empujaba el carrito, él sostenía la maleta con el cierre roto, procurando que no cayese nada de nuevo. Durante un rato, yo me quedé sola en la cafetería de la estación y aproveché ese tiempo para pedir un sandwich de jamón york y queso. Era lo único que había comido desde el desayuno. Ahora que eran las cuatro de la tarde y estaba hambrienta.
- Bueno ya estoy aquí – me saludó Pablo. Ahora vestía unas deportivas blancas, unos vaqueros azul claro y una camiseta negra del último disco de Depeche Mode. Una cazadora sin abrochar terminaba su indumentaria.- ¿Qué quieres tomar? ¿Has comido?
- Me acabo de pedir un sandwich pero la verdad, me he quedado como estaba – dije algo avergonzada – Llevo sin comer desde el desayuno y cuando me pongo nerviosa se me abre el apetito.
- Hay cosas peores. ¿Quieres ir a comer algo? Yo tampoco he comido. Iba para casa ahora pero te he encontrado y creo que tú tienes peores problemas que mi voraz apetito. Además, así tengo una excusa para que me invites a comer. - dijo Pablo divertido pero seguro de sí mismo.
- Está bien. Te invitaré a comer pero no aquí. El menú del día no me hace gracia. ¿Conoces algún restaurante cercano? No puedo ir cargada con todo esto. - dije señalando a mis maletas
- Sí, no te preocupes que yo me encargo de tus maletas. Cuando quieras irte, me lo dices y te las volveré a traer. Vamos a ir a un restaurante que hay aquí cerca. ¿Te gusta la pizza? - dijo Pablo mientras cogía mi maleta rota hizo un gesto para que le siguiera.
- ¿Bromeas? ¿La pizza? Desde luego que me gusta, es mi comida favorita.
- Espérame aquí que voy a guardar tus maletas. No te muevas que enseguida vuelvo- Pablo me condujo hasta un cuarto de la estación en el que ponía con letras mayúsculas “SOLO PERSONAL” Dos minutos después de que él entrara, un tipo vestido de azul y con un chaleco amarillo fluorescente salió y se llevó mi carro con las maletas.

Aquel día conocí a Pablo. Lo que, en principio, parecía un día echado a perder se convirtió en un día perfecto, en compañía perfecta. Comimos una pizza muy sabrosa que, casi con toda seguridad no volveré a probar nunca, reímos con ganas, como nunca volveremos a reír y terminamos tomando un café en aquella cafetería que, probablemente, hoy esté destruida.
El mejor momento, cuando tímidamente me pidió mi número de teléfono. Claro que se lo di. Estaba deseando que me lo pidiera y justo después se ofreció a llevarme a casa en coche donde, probablemente, me esperaba Abel con cara de pocos amigos.

¿Qué es ese sonido? Algo me ha distraído de lo que estaba contando. Espero que sea importante para molestarme mientras pensaba en Pablo. No ha sido dentro de casa, eso lo sé. Es en la calle. Esos malditos empiezan a ser realmente una molestia pero no me queda otra. Tengo que aguantarlos. Seguiré más tarde con esto. Ahora debo ir a enterarme de qué o quién está armando ese escándalo. He oído varios disparos. Hay alguien vivo ahí fuera.

viernes, 26 de marzo de 2010

CAPITULO 2

Ya he revisado toda la casa. No hay muchos rastros de Pablo el zombie, salvo la puerta metálica del sótano que está destrozada. Parece que se quedó aquí todo el tiempo, esperando a que yo saliera, inamovible, de modo que se olvidó del resto de la casa y no provocó demasiados daños.
Extraño, ¿no? Puede que no haya nadie más que yo en kilómetros a la redonda y por eso era yo la única a la que acechaba.
En la casa he encontrado municiones, comida enlatada, algo de ropa de abrigo y baterías de distinto tipo. Todo estaba bien escondido, lejos de manos ajenas, en el tejado. Seguro que fue Abel, tan metódico y previsor como siempre, el que había guardado todas esas cosas. Siempre encontraba una solución para todo, excepto para lo nuestro, sólo se dio cuenta cuando ya era demasiado tarde.
Sin embargo, no las habría encontrado si no fuera por Pablo. Tan protector conmigo, tan tierno. Encima de la mesa, un folio arrugado, escrito con la pluma que yo misma le regalé hace algún tiempo, descansaba debajo de un cuenco, esperando a que yo los encontrara, al lado una Mont Blanc. Pablo me había dejado una carta de despedida.

"

Hola, amor mío.


Finalmente, me he infectado, de la forma más tonta e inesperada, pero ha pasado. A pesar de estar convirtiéndome en algo que me aterra, lo que más temo es dejarte sola y más conmigo dentro convertido en uno de esos seres. Sé que harás lo que debes aunque creas que vas a poder. Siempre tomas la decisión correcta, excepto cuando me llevas a mí la contraria. Lo siento, no es momento para bromas pero sé que te he conseguido sacar una sonrisa.


De momento, no te he dicho nada y no quiero que lo sepas. No aún. Pero no te preocupes, no te pasará nada, tengo un plan. Ya sabes que yo soy muy listo cuando me lo propongo.

Esta noche, después de cenar, te quedarás dormida entre mis brazos. Te acariciaré el pelo, como a ti te gusta. Cuando te duermas, te llevaré a la habitación del sótano, a nuestra habitación. Esa en la que tú y yo hicimos el amor por primera vez. Yo me quedaré en la puerta, esperando a que te despiertes y asegurarme de que la cierras por dentro. Para que tú no salgas y yo no pueda entrar. Mi infección está siendo muy lenta, afortunadamente, eso me deja más tiempo para disfrutar de ti pero mañana ya seré un monstruo. Así que tengo que hacerlo hoy, no puede ser otro día.

No puedo salir de casa, comprometería tu seguridad pero te dejo mis armas, provisiones y nuestro colchón. Llegará el momento y tú sabrás que hacer. Saldrás de la habitación y huirás de esta casa. Ten cuidado. Te lo suplico. No te dejes coger. Tú no.


¿Recuerdas esa figura del salón? ¿Esa que es una cabeza de caballo enorme y que siempre dices que si fuera tu casa tirarías? Debajo de ella, te he dejado una llave. Abre la puerta que da al tejado. Hace poco encontré la llave y he tenido que estar probando hasta descubrir qué es lo que abría. Ayer lo descubrí pero como pasó lo que pasó se me ha olvidado decírtelo. Espero que me perdones.


En cinco minutos vendrás, me estás gritando desde la cocina que vaya a ayudarte a hacer esa deliciosa cena. Esta noche creo que tocan alubias en lata. Sé que hoy no he sido de mucha ayuda pero necesitaba despedirme de ti.

Y siento mucho no haber querido hacer el amor esta tarde, siento no haberte besado como normalmente lo hago pero tenía miedo de contagiarte. Yo no estaré contigo a partir de ahora pero sé que siempre estaré en tu corazón.

Te quiero con locura. Sé fuerte. Lucha por los dos. Te quiero.


Siempre tuyo, Pablo"



Después de leer la carta de Pablo, me he derrumbado una vez más. Dentro de poco me pondré en camino pero tengo que estar mejor, tanto psíquica como físicamente, si no pondría en peligro mi vida. Por eso no puedo partir ahora, debo dormir, descansar y comer algo antes de irme.
Mi plan no es tan bueno como el de Pablo; mi idea es salir corriendo de casa por la parte de atrás y llegar corriendo hasta el embarcadero. Coger el bote e ir corriente abajo hasta quedarme sin gasolina, después cogeré los remos. Así fortaleceré los brazos. Otra broma que no viene a cuento.... Desde luego, vaya plan de mierda pero me da miedo asomarme a la ventana así que no sé cómo están las cosas. No sé si hay muchos o pocos muertos por esa zona, algún superviviente.

En este momento, todo me da igual. Si tuviera una buena botella de alcohol me emborracharía para olvidar las penas pero son demasiadas y no sería una gran idea. Es mejor estar serena en estos días, nunca se sabe lo que puede pasar

CAPITULO 1

Me despierto empapada en sudor. Una noche más, la misma pesadilla regresa para atormentar mis sueños. Pablo, convertido en un zombie irreconocible, consigue entrar. Da una patada en la puerta, en el punto exacto y la derriba. Yo estoy dormida y, a pesar de que escucho el sonido de la puerta al caer y sé que Pablo llegará a mí en cuestión de minutos, no me muevo de mi sitio. Simplemente lo espero. Cuando por fin llega hasta mí, atravesando la pequeña puerta de madera que me separa del corto pasillo, me muerde. Primero en el brazo, después en el cuello. Un segundo después mi sueño concluye súbitamente entre jadeos y gritos.

Yo me siento desorientada y tengo un extraño sentimiento de angustia y soledad e incluso de culpa. Mil sensaciones se mezclan en mi mente.

Cuando escucho ese incesante ruido provocado por Pablo, me doy cuenta de que estoy despierta, de que todo ha sido un sueño y de que Pablo sigue ahí fuera, esperando a que salga. No sé que es peor si esto o la propia pesadilla.

Después de tantos días encerrada en este oscuro sótano, creo que estoy preparada mentalmente para salir. Pero niña, ¿por qué mientes? Te diría Pablo. Nadie está preparado para esto.


Me levanto del colchón que una vez compartí con Pablo y abro esa pequeña puerta de madera que da al pasillo. Salgo de esa habitación del sótano, estoy en el pasillo y me dirijo a la entrada únicamente iluminada por luz de mi linterna, que guardaba para ocasiones especiales. Si esto no es una “ocasión especial”, ¿qué lo es?

Aún así, no deben quedar muchas pilas. Arriba podré cambiarlas. Pablo me bajó aquí de forma precipitada y en contra de mi voluntad cuando se infectó pero ese no es un tema para tratar ahora. Tengo que actuar rápido, debo evitar la oscuridad para que ese ser, que antes era él no se convierta en algo más peligroso de lo que realmente es.


Avanzo lentamente por el pasillo. Esta completamente despejado de cualquier objeto para evitar tropezarnos. El día que llegamos allí, Pablo se cayó y me reí. Una risa sincera y oportuna que no sé si volverá a salir de mis labios.

A pesar de que no hago ruido, Pablo me siente, sabe que estoy ahí, que no me he ido y que pronto puedo ser su cena, su comida, su desayuno... Lo que sea, no sé siquiera que hora es. !Esto es de locos¡

Acabo de llegar hasta la puerta que Pablo golpea insistentemente con sus pies y sus manos y grita. Ese grito gutural y profundo consigue helarme el alma, tanto que me paralizo. Detengo mi camino y vuelvo a pensar en Pablo. Tan sereno, tan calmado, tan callado que jamás diría una palabra más alta que otra se ha convertido en algo que no reconozco. Lo sé. Tengo que matarlo


Tras unos segundos de indecisión, empuño mi arma con mi mano derecha. Mi arma es una Glock de 9 mm que, en algún momento de esta aventura, me consiguió Abel. También lo echo de menos pero ahora no es el momento.

Por fortuna, la puerta metálica del sótano se abre hacia afuera y ambos entendimos que aquel era el lugar más seguro de toda la casa. Todas las demás puertas de la casa eran de madera, excepto la de la entrada que era de madera blindada y esta, que era metálica y muy resistente porque hacía poco que la habían cambiado. La madera no sería suficiente para mantener lejos a esos malditos. El lugar había sido elegido y preparado a conciencia. Por eso he podido salvar mi vida.

Pablo sigue gritando al otro lado de la puerta. Giro la llave en la cerradura. Hace días que me encerré allí a cal y canto, después de despertar, después de que Pablo me dejase allí y después de que me obligase a cerrar con llave para que así él no tuviese tentaciones de entrar en el último momento.

Sólo tres vueltas de la llave bastan para estar de nuevo ante él que cada vez se va poniendo más y más nervioso al sentirme tan cerca. Sus gritos son ensordecedores pero no debo mantener la calma. Escucho el clac, la cerradura está abierta, giro el picaporte y doy una patada a la puerta con todas mis fuerzas. Pablo cae al suelo y yo.. empuño mi arma, lista para disparar.

Pablo se levanta gritando, dispuesto a atacarme pero yo soy más rápida. Pum. Tan sólo hace unos pocos días, antes de que todo cambiara, Abel y él se reían de mi mala puntería pero era difícil fallar a esa distancia y, por mi bien, no debía hacerlo.

Acerté. Una bala le atraviesa el cerebro. En ese momento, Pablo se para en seco, deja de gritar, de buscarme, de desearme. Por un instante, vuelve a ser el de siempre y me mira con sus ojos inyectados en sangre, de color negro azabache. Quizá dándome las gracias, quizá despidiéndose de mí o quizá culpándome por lo que había hecho. No lo sé. La única certeza es que Pablo ha regresado por unos segundos y tengo la esperanza de que él también me haya visto.


Me quedo allí durante un tiempo. No sé cuanto. Debe ser por la tarde ya, a juzgar por el hambre que tengo pero no puedo abandonar el cadáver de Pablo. Lloro hasta que se me secan las lágrimas.

El ambiente está cargado ya que un intenso olor a podredumbre y descomposición invade toda la estancia. La verdad es que yo estoy demasiado abatida como para que esto pueda importarme.

He matado al amor de mi vida. He metido una bala en el cerebro de Pablo y ahora sólo tengo ganas de llorar pero no puedo.

Ahí está él, con sus pantalones de campaña y las botas que Abel le había regalado un mesa atrás. No me atrevo a mirar su cara por lo que he decidido taparle con una manta. Prefiero recordarlo tal y como era antes de que pasase aquello. Cuando aún éramos tres y antes de que se colase aquel gato por la ventana. ¿Absurdo verdad?

Qué más da ahora. Todo esto es absurdo, el mundo es absurdo desde aquel día de abril en el que todo empezó a irse a la mierda.


Tardo más de la cuenta en reponer porque ya está anocheciendo. Pero bueno, ya está hecho y no es momento de lamentarse. Lo primero que debo hacer es levantarme de aquí y comprobar que la casa sigue siendo segura. Nuestra casa, bueno, mi casa consta de cuatro plantas. La casa estaba cerrada desde hace años desde que los padres de Abel muriesen y él iba alguna vez al año a comprobar que todo iba bien.

Abel, mi dulce Abel, se estaba comprando una casa con la esperanza de compartirla, al igual que Pablo. Ambos tenían la esperanza de compartirla con alguien, ¿quizá conmigo? Abel sí, Pablo no creo. Demasiados problemas entre nosotros, años antes de la epidemia.

Pero debo volver a lo que estoy contando, ¿por qué siempre me evado? Puede que sea porque me gusta recordar tiempos mejores en los que todavía era feliz.


Bueno, debo levantarme revisar todas las plantas, comprobar las provisiones de las que dispongo y coger todo aquello con lo que pueda cargar. Después huiré a alguna parte aunque aún no sé dónde. No quiero quedarme aquí para morir de hambre, de pena, de soledad o simplemente esperando a que los podridos entren. De momento me despido, ¿quién sabe hasta cuándo?


Por cierto, no me he presentado. Mi nombre es Eva.

PROLOGO

El silencio es la banda sonora de este momento. No hay ningún ruido, salvo aquel repetitivo sonido que, tras una puerta oportunamente cerrada, llevo escuchando durante días.
Aquí me encuentro, sola en la oscuridad en medio de ninguna parte. Mi única luz viene de unas cuantas velas que salvé de mi último refugio, a sólo unos metros, en la planta superior de esta casa.
Conocía perfectamente aquella habitación, tantas veces habíamos estado en ella Pablo y yo, incluso nos habíamos entregado allí el uno al otro por primera vez después de tanto tiempo. Y ahora sólo pienso en que puede ser mi tumba, como ha sido la suya.
Mis provisiones empiezan a escasear y sé que necesito una buena ducha. Sin embargo, lo que más me aterra es la maldita soledad. Estoy aquí sola, prisionera de mí misma y llevo tanto tiempo sin hablar con nadie que soy ajena a mi propia voz.

Antes de que ocurriera todo esto, antes de que los muertos empezaran a levantarse, era una chica alegre, feliz que podía alentar una conversación durante horas. ¿Ahora? ¿Qué soy? Más que un recuerdo de lo que un día fui. Sólo puedo pensar en cómo añoro a Pablo. Entre toda esta mierda, él era el único que ponía un poco de sentido en mi cada vez más maltratada conciencia. Ahora es él quién golpea insistentemente esa puerta, tratando de atraparme, de saborear mi carne, tratando de darme ese último beso, ese beso maldito que hará que le acompañe para siempre en su sueño eterno.

Yo estoy aquí, atrapada, dejándome morir por miedo a no poder hacer lo que debo hacer. Acabar con su sufrimiento y con el mío. Quizá no como él quisiera, no entregándome a él, cómo un guardia encargado de cumplir el último deseo del condenado; antes de que la muerte me lleve por unos instantes y después vuelva a la vida convertida en uno de esos malditos seres que tanto me han robado.
En otro momento, hubiera hecho cualquier cosa por él. Hubiera dado incluso mi vida por él, cómo él dio la suya por mí pero no ahora. He pasado demasiado para llegar hasta aquí, para caer en las fauces de la Parca. Meciéndome poco a poco en sus brazos mientras me abandono al hambre y a la sed. O cayendo en los brazos de mi amado, esperando a un nuevo renacimiento junto a él, si es que deja lo suficiente de mí para regresar. En cualquier caso, sería el último acto de amor que hicieses. Pero... ¿a qué precio? Pablo no lo hubiera querido, no cuando era tu Pablo.
Haga lo que haga tomaré la decisión correcta. Todas estas sensaciones son fruto del cansancio, del miedo y, sobre todo, de ese dolor que me acompaña en todo momento...

La escasa luz que emiten las velas apenas me permite escribir estas líneas en mi libreta. Esa libreta que siempre llevo conmigo, en mi mochila, incluso antes del “amanecer de los muertos” y donde solía anotar los pequeños detalles por si algún día me atrevía a darlos forma...
¡Qué irónico! Estar al borde de la muerte para escribir sobre mi vida.

Miro a mi alrededor, la vela empieza a consumirse, sólo me quedan dos velas más y después oscuridad. Eso me volvería aún más loca si es posible. La oscuridad no es un buen aliado pero el que ha sido mi amigo y compañero está ahí fuera incansable, insaciable, golpeando la puerta una y otra vez. Tac, tac, tac, tac.... y de repente un pum... Ese es el peor momento, cuando da una patada a la puerta porque cada vez que lo hace siento deseos de pegarme un tiro pero algo me lo impide. Eso significa que aún me quedan fuerzas para luchar, para seguir huyendo. ¿A dónde? No lo sé. Quizá hacia la libertad, hacia un mundo probablemente devastado pero con luz del sol. Sólo deseo verla aunque sea por última vez. Eso me da fuerzas.

Será mejor que me prepare. Sin duda ha llegado el momento de escapar de aquí, huir y sobrevivir. El problema es que ahora no tengo a Pablo, de hecho, tengo que acabar con él, pero soy fuerte y lucharé, haré todo lo posible para no convertirme en uno de ellos como llevo haciendo los últimos tres meses.

Apago la vela y dejo que Morfeo me transporte al reino de los sueños.