Minutos después de escuchar el disparo, Carlos y María bajaron a buscarme al sótano. Allí me encontraron, entre los papeles arrancados de la vieja libreta en la que escribo, medio llorando y realmente abatida por los recuerdos.
Sin mediar palabra, se sentaron en el suelo junto a mí, cabizbajos y con los ojos llorosos. Hubiéramos sido los actores perfectos para una película dramática pero no era para menos, el mundo se estaba derrumbando y, probablemente nosotros éramos tres de los escasos espectadores que quedaban para ver el fin del mundo.
Para colmo, nuestros escasos vínculos con la realidad anterior se estaban esfumando. En mi caso Pablo y, en el de estos dos niños, su pequeño hermano Manu y el conductor que ni siquiera había conseguido abandonar el coche.
Después de un tiempo callados, con la mirada perdida en el infinito, fue Carlos el que decidió romper el silencio:
- Muchas gracias por la ayuda – me dijo, sacándome de mi trance – Durante nuestro viaje, nos hemos topado con varios supervivientes pero nadie se había dignado a abrirnos la puerta.
- No hay de qué – contesté apática, sin sentimiento y mirando fijamente a la pared de enfrente– Estoy aquí sola desde hace días. Necesitaba ver a alguien que no fuese yo si no quería volverme loca.
- Bueno, ya nos tienes aquí – dijo Carlos sonriendo antes de ponerse a toser sin parar. María se sobresaltó. Se había quedado medio dormida en los brazos de su hermano.
- Agua, dame agua, por favor. Está enfermo. - gritó María.
Yo me levanté a por la botella de agua y se la di a María. Ella dio de beber a su hermano y, por un momento, se le pasó el ataque de tos. Después se quedó dormido encima del colchón que había en el sótano.
- Quizá deberíamos dejarle aquí sólo un rato para que duerma – dije yo, temiendo que se pudiera convertir en una de esas criaturas y deseando estar lo más lejos posible de aquel cuarto.
- Tranquila – me dijo María – Nada le ha mordido. Está enfermo. Es un constipado que ha cogido hace un par de días. Tiene fiebre pero sin medicamentos... Lo está pasando mal. Mi otro hermano estaba peor, ambos cayeron al río. ¿Tienes algo para darle?
- Vamos para arriba – la dije – Quizá encuentre algo, en esta casa éramos muy previsores. También necesitará calor, descanso y algo de comida. De esto último no hay mucho pero compartiré algo de lo que tengo con vosotros. Acompáñame, necesita dormir.
Salí de la habitación del sótano, María iba detrás de mí. La puerta principal estaba cerrada pero, en aquel silencio sepulcral únicamente roto por nuestros pasos y nuestras respiraciones, todavía podía oír a los zombies que gritaban ansiosos y golpeaban como histéricos la puerta del garaje. Personalmente, empezaba a temer que la puerta cediera y entrasen en casa todos esos seres, pillándonos de imprevisto.
En la habitación principal, guardaba las mantas y los medicamentos en uno de los armarios.
Maldita sea. Ese jodido armario tenía que estar repletos de trajes, zapatos, americanas y abrigos para ir al trabajo y salir a cenar con Abel; no lleno de mantas y utensilios prácticos para sobrevivir a un Amanecer Zombie. Abel había preparado magníficamente la casa pero él no pudo estar en ella más que un par de días. Él sabía lo que iba a suceder y nos salvó la vida, a mí y a Pablo... No es justo que él tuviera que irse.
<<Es mi deber. Él cuidará de ti>> Fueron sus últimas palabras antes de irse. No admitió respuesta en contrario.
Mientras yo revisaba el armario, María consideró que sería un buen momento para mirar por la ventana cómo estaban las cosas ahí fuera.
- Hay seis zombies en la puerta. Tenemos que hacer algo con ellos si queremos salir de aquí. ¿Tienes armas?.
- Un par de ellas pero después de mi aventura en la calle me temo que una está en las últimas. No deben quedar más de cuatro balas. ¿Vosotros tenéis?
- Algo nos queda pero tenemos que hacer recuento. Llegar hasta aquí nos ha costado demasiado tiempo y demasiadas municiones.
- ¿Cómo están las cosas ahí fuera? - pregunté a pesar de que me daba miedo conocer la respuesta - ¿El río?
- Ahí fuera ya no hay nada. El mundo ha cambiado y ha sido invadido por esas criaturas. Éramos seis cuando empezamos el viaje y mira ahora. Rosa, mi tío Pedro y Javier, el conductor, muertos, Carlos enfermo y Manu....
- ¿Javier? ¿El conductor? Pensé que era tu padre
- ¿Mi padre? No tengo noticias de él desde el siete de mayo.
- ¿Ese no es el día en que.... ?
- ¿Se levantó el primero? Sí, fue aquel día. Imagino que fue uno de los primeros en convertirse o que fue uno de los primeros en esconderse. Pero ya no tengo esperanzas, ¿sabes? Prefiero pensar que murió plácidamente y que ahora no está paseando por ahí como una de esas criaturas.
- Lo siento, pequeña - dije yo
- No tienes la culpa de nada. Quiero recordar a mi padre tal y cómo fue, con su eterna sonrisa, con su barriga, su incipiente calvicie y sus ojos marrones. No quiero pensar en la posibilidad de que se haya convertido en uno de ellos. Que haya perdido su tez morena y se haya convertido en un ser pálido y amarillento, que sus ojos marrones y almendrados hayan perdido su color para adquirir ese tono rojo, consecuencia de la sangre y que todas sus venas ahora sean visibles por todo su cuerpo.
- Sé a lo que te refieres...
- ¿Y sabes? A pesar de que físicamente no sea mi padre, lo que más me aterra es que haya perdido su humanidad y se mueva por instinto, siempre voraz, siempre con hambre y que un día se cruce conmigo, no me reconozca y me ataque. Por eso no quiero saber que ha sido de él.
- He tenido tantas veces pesadillas con eso – dije yo – Con Pablo...
- ¿Pablo? Después de sacar a mi hermano, lo sacamos a él de la casa... Imagino que no has tenido fuerza.
- Suficiente fuerza tuve el día que tuve que disparar a su cabeza.
- Todos hemos pasado por muchas cosas durante este tiempo – me sonrío por primera vez desde que nos habíamos conocido - Por cierto, el río está impracticable. Hay muchos seres allí, vas con la lancha y salen del agua e intentan llevarte al fondo con ellos. Además, este río no es muy profundo. Así perdimos a mi tía Rosa.
- ¿Impracticable? - Contesté perpleja. Mi mierda de plan ya no tenía ningún sentido. Teníamos que buscar otra solución alternativa.
- ¿Cómo te llamas? No te preguntamos.
- Soy Eva. Tú María, ¿verdad? Y tu hermano, ¿Carlos?
- Sí. Tienes buena memoria.
- Claro, si somos cuatro gatos vivos en el apocalipsis, como para encima olvidarse
Las dos nos echamos a reír. Por un momento, nos olvidamos de todo lo que pasaba ahí fuera y nos imaginamos que éramos dos chicas que acababan de conocerse mientras se libraban de dos pesados en una discoteca...
Di a María una de las mantas que guardaba en el armario. No las había necesitado, la verdad, era verano, estábamos en mayo cuando empezó todo y ahora, un mes y medio después, hacía mucho calor. Sin embargo, era mejor que Carlos sudase el constipado de alguna manera.
Me dirigí a la cómoda y abrí el primer cajón donde guardaba los medicamentos menos habituales. Allí encontré unos sobres que Abel solía tomar cuando estaba resfriado. Eran unos sobres fuertes que le recetó el doctor del cuartel. Después de asegurarme que no habían caducado se los di a María para dárselos a Carlos. Allí estaba esperándome María para bajar al sótano otra vez.
Pero yo estaba quieta, mirando fijamente al cajón. Allí, junto a los medicamentos había un pequeño paquete envuelto en papel de regalo. En el paquete había una nota, escrita con la letra de Pablo. <<Para ti, Eva>>decía.
Lo cogí, lo guardé en el bolsillo y junto con María bajé al sótano donde estaba Carlos.